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sábado, 11 de abril de 2015

Romeo y Julieta

Arrojé mi vaso hacia la papelera, era un lanzamiento difícil, pero no fallé. El grito de “triple” se escuchó en toda la casa, y pese a que la fiesta ya se estaba acabando, la música era bastante alta. El vaso pasó por encima de quince cabezas y no dio en ninguna, por suerte para mi... eran las 5;15 y quedaban quince minutos para que Patrick nos echase a todos de su casa, normalmente me quedo a verlo, es gracioso como saca a algunos a rastras, literalmente. Sin embargo yo la estaba buscando a ella, lo llevaba haciendo toda la noche, y pese a no haber bailado juntos, se que hoy se lo había vuelto a pasar bien. Solo nos faltaba ese último baile, al que no daría tiempo, pero al menos quería encontrarla una vez más. Entre la multitud que pedían una última canción la visualicé a lo lejos. 




Intenté meterme entre dos chicos de más o menos mi estatura, pero en cuanto vi que querían unirme a los saltos finales, di media vuelta y volví por donde había venido. Ella estaba en el comedor, y en esta casa todo está conectado, es grande y espaciosa, aunque no me gusta donde está situada. Estaba decidido, sabía que aquella iba a ser mi noche, pero nunca me había podido quedar solo con ella en las siete horas que llevábamos enjaulados en ese chalet. Me metí por la cocina, era amplia, con una mesa circular llena de bolsas y restos de comida, principalmente pan y embutido, estuve por robar una loncha de queso, y finalmente me corté un trozo pequeño de pan, y me llevé el sabroso trofeo conmigo, a decir verdad estaba muerto de hambre. Salí con mi pequeño bocadillo, y de pronto me di cuenta de que el hambre me había hecho olvidarme de ella. Cuando llegué al comedor ya no estaba, miré con cara de asesino a las pocas migas que me quedaban. Rápidamente pregunté por ella, a Clara, una de sus amigas. Su respuesta confirmó que esa iba a ser mi noche, me dijo que se había marchado andando. La chica rubia dijo algo más, pero no lo escuché, ya había salido corriendo, tenía que encontrarla.

Tras salir de la casa, bajé las pocas escaleras que daban al pequeño jardín, la vi fuera de la parcela de Patrick, quieta y mirando fijamente a su teléfono. Me acerqué a ella y me hice brevemente el loco. –¿Ya te marchas? –Sí, ya me voy
Me sonrió mientras me respondía, era lo más bonito que podía ver, y sin duda lo que más me gustaba, verla feliz. –¿Quieres que te acompañe, o te vienen a buscar? –Sabía perfectamente que ella se marchaba sola para casa, pero necesitaba una excusa para irme con ella.– No, mañana mi padre madruga y no puede venir a recogerme, si no te importa... aunque tu casa no queda de camino. –Da igual, yo me arreglo rápido, no me importa por donde ir.

Fue entonces cuando arrancamos la marcha, aunque nada más empezar, me agarró de la chaqueta y me corrigió el rumbo, entonces se aferró a mi brazo derecho, automáticamente me preguntó que tal lo había pasado, y yo nervioso, tardé en responder. –Bien, aunque me faltó nuestro baile –Respondí picarescamente- Llevo toda la noche esperando por ti, pero hoy no me has hecho mucho caso –Me dijo ella– Entonces me quede sin palabras, no me esperaba esa respuesta, pues algo quería decir. Mi cabeza por dentro me decía muchas cosas. “Bésala, abrázala, corre, grita, vete, huye, márchate, abandónala”. Mi cabeza me pedía a gritos una salida. Es curioso, llevaba mucho tiempo imaginando como podría ser este momento. Había pasado muchas noches imaginando un paseo perfecto donde le dijese lo que siento.

Despierta!! –Me gritó– Tanto sueño tienes? –No, no. Estaba pensando, me despisté –Y me vas a decir en que piensas antes de llegar a casa o vas a pasarte todo el camino callado? –Nada, solo son tonterías...– Ella obviamente no me creyó, pero me salvó mi propio miedo... Caminábamos por una estrecha calle, a la derecha habían bloques de pisos, y a la izquierda la parcela de un jardín, fue entonces cuando un perro, al cual no pude ver, empezó a ladrar. Mi susto fue tal que pegué uno de los mayores gritos de mi vida, asustando aun más a Dana. Golpeó varias veces mi brazo. La tranquilicé haciéndola creer que había gritado adrede. Estuve rápido, pero sabía que me había llevado el mayor susto de mi vida.

Seguíamos caminando cuando me di cuenta de que tenía frío, le ofrecí mi chaqueta, y ante su negativa, me la quité y dije –Si no te la pones tú, yo tampoco.– Accedió a ponérsela, yo me quede en manga corta, llevaba una camisa azul celeste, con unas pequeñas marcas blancas que provocaban mayor claridad, la llevaba abierta y remangada, como a mí me gusta, con una básica blanca por debajo. Me sentí feliz al verla con mi abrigo, le quedaba grande y ella estaba muy feliz por ello, se abrazó a mi y me dio las gracias. Le respondí que estuviese tranquila, que yo no tenía frío. Mentía. Estaba congelado, pero no importaba, en diez minutos estaríamos en su casa, por lo que solo tenía que aguantar sin tiritar, ni estornudar durante ese tiempo. Le pregunté que tal había pasado la noche, y empezó a hablarme de lo que ella y sus amigas habían hecho por la tarde. Estuvo cinco minutos seguidos hablando, sin parar, a ratos me entraba la risa y ella me reñía. Dijo tantas cosas que no me había enterado de nada, cuando me decía si me acordaba de algo anteriormente mencionado asentía, si le decía que no sería peor. Creo que se estaba dando cuenta y paró de hablar. Se hizo el silencio.

Pasó un minuto y le pregunté por que iba a hacer en verano, si se iba a quedar, o si se iba a marchar. Empezó entonces a contarme todos sus planes de verano, empezando por encontrar al chico ideal y acabando por hartarse de comer helado. Volvió a hablar, y a hablar, y a hablar. Yo me quedé con lo primero que dijo, lo del chico ideal. Quizás era una indirecta, pero podía ser para bien o para mal. No estaba seguro de como debía interpretar eso, así que le pregunté, interrumpiendo otra de sus historias, quien era ese Romeo. –Eres tú, tonto– me respondió. Fue justo cuando llegamos a su bloque de pisos, estábamos alcanzando el portal y me quedé mudo, no sabía que decirle salvo lo mucho que la quería. Se quitó mi chaqueta y me la devolvió agradeciéndomelo de nuevo. Entonces nos miramos, unos segundos. Se me puso la piel de gallina, y no fue por el frío. Se acercó a mi y me dio un beso en la mejilla. –Mañana nos vemos – Me sorprendí, y contesté –Mañana? Qué pasa mañana? –Que me vas a venir a buscar a las 17;15– Me volví a convertir en una estatua, abría la puerta cuando dijo me dijo buenas noches y me mandó otro beso con la mano. –Buenas noches Julieta, respondí– Sonrió, y se desvaneció en la oscuridad de la entrada de su portal.

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