Arrojé
mi vaso hacia la papelera, era un lanzamiento difícil, pero no
fallé. El grito de “triple” se escuchó en toda la casa, y pese
a que la fiesta ya se estaba acabando, la música era bastante alta.
El vaso pasó por encima de quince cabezas y no dio en ninguna, por
suerte para mi... eran las 5;15 y quedaban quince minutos para que
Patrick nos echase a todos de su casa, normalmente me quedo a verlo,
es gracioso como saca a algunos a rastras, literalmente. Sin embargo
yo la estaba buscando a ella, lo llevaba haciendo toda la noche, y
pese a no haber bailado juntos, se que hoy se lo había vuelto a
pasar bien. Solo nos faltaba ese último baile, al que no daría
tiempo, pero al menos quería encontrarla una vez más. Entre la
multitud que pedían una última canción la visualicé a lo lejos.
Intenté meterme entre dos chicos de más o menos mi estatura, pero
en cuanto vi que querían unirme a los saltos finales, di media
vuelta y volví por donde había venido. Ella estaba en el comedor, y
en esta casa todo está conectado, es grande y espaciosa, aunque no
me gusta donde está situada. Estaba decidido, sabía que aquella iba
a ser mi noche, pero nunca me había podido quedar solo con ella en
las siete horas que llevábamos enjaulados en ese chalet. Me metí
por la cocina, era amplia, con una mesa circular llena de bolsas y
restos de comida, principalmente pan y embutido, estuve por robar una
loncha de queso, y finalmente me corté un trozo pequeño de pan, y
me llevé el sabroso trofeo conmigo, a decir verdad estaba muerto de
hambre. Salí con mi pequeño bocadillo, y de pronto me di cuenta de
que el hambre me había hecho olvidarme de ella. Cuando llegué al
comedor ya no estaba, miré con cara de asesino a las pocas migas que
me quedaban. Rápidamente pregunté por ella, a Clara, una de sus
amigas. Su respuesta confirmó que esa iba a ser mi noche, me dijo
que se había marchado andando. La chica rubia dijo algo más, pero
no lo escuché, ya había salido corriendo, tenía que encontrarla.
Tras
salir de la casa, bajé las pocas escaleras que daban al pequeño
jardín, la vi fuera de la parcela de Patrick, quieta y mirando
fijamente a su teléfono. Me acerqué a ella y me hice brevemente el
loco. –¿Ya te marchas? –Sí, ya me voy
Me
sonrió mientras me respondía, era lo más bonito que podía ver, y
sin duda lo que más me gustaba, verla feliz. –¿Quieres que te
acompañe, o te vienen a buscar? –Sabía perfectamente que ella se
marchaba sola para casa, pero necesitaba una excusa para irme con
ella.– No, mañana mi padre madruga y no puede venir a recogerme,
si no te importa... aunque tu casa no queda de camino. –Da igual,
yo me arreglo rápido, no me importa por donde ir.
Fue
entonces cuando arrancamos la marcha, aunque nada más empezar, me
agarró de la chaqueta y me corrigió el rumbo, entonces se aferró a
mi brazo derecho, automáticamente me preguntó que tal lo había
pasado, y yo nervioso, tardé en responder. –Bien, aunque me faltó
nuestro baile –Respondí picarescamente- Llevo toda la noche
esperando por ti, pero hoy no me has hecho mucho caso –Me dijo
ella– Entonces me quede sin palabras, no me esperaba esa respuesta,
pues algo quería decir. Mi cabeza por dentro me decía muchas cosas.
“Bésala, abrázala, corre, grita, vete, huye, márchate,
abandónala”. Mi cabeza me pedía a gritos una salida. Es curioso,
llevaba mucho tiempo imaginando como podría ser este momento. Había
pasado muchas noches imaginando un paseo perfecto donde le dijese lo
que siento.
–Despierta!!
–Me gritó– Tanto sueño tienes? –No, no. Estaba pensando, me
despisté –Y me vas a decir en que piensas antes de llegar a casa o
vas a pasarte todo el camino callado? –Nada, solo son tonterías...–
Ella obviamente no me creyó, pero me salvó mi propio miedo...
Caminábamos por una estrecha calle, a la derecha habían bloques de
pisos, y a la izquierda la parcela de un jardín, fue entonces cuando
un perro, al cual no pude ver, empezó a ladrar. Mi susto fue tal que
pegué uno de los mayores gritos de mi vida, asustando aun más a
Dana. Golpeó varias veces mi brazo. La tranquilicé haciéndola
creer que había gritado adrede. Estuve rápido, pero sabía que me
había llevado el mayor susto de mi vida.
Seguíamos
caminando cuando me di cuenta de que tenía frío, le ofrecí mi
chaqueta, y ante su negativa, me la quité y dije –Si no te la
pones tú, yo tampoco.– Accedió a ponérsela, yo me quede en manga
corta, llevaba una camisa azul celeste, con unas pequeñas marcas
blancas que provocaban mayor claridad, la llevaba abierta y
remangada, como a mí me gusta, con una básica blanca por debajo. Me
sentí feliz al verla con mi abrigo, le quedaba grande y ella estaba
muy feliz por ello, se abrazó a mi y me dio las gracias. Le respondí
que estuviese tranquila, que yo no tenía frío. Mentía. Estaba
congelado, pero no importaba, en diez minutos estaríamos en su
casa, por lo que solo tenía que aguantar sin tiritar, ni estornudar
durante ese tiempo. Le pregunté que tal había pasado la noche, y
empezó a hablarme de lo que ella y sus amigas habían hecho por la
tarde. Estuvo cinco minutos seguidos hablando, sin parar, a ratos me
entraba la risa y ella me reñía. Dijo tantas cosas que no me había
enterado de nada, cuando me decía si me acordaba de algo
anteriormente mencionado asentía, si le decía que no sería peor.
Creo que se estaba dando cuenta y paró de hablar. Se hizo el
silencio.
Pasó
un minuto y le pregunté por que iba a hacer en verano, si se iba a
quedar, o si se iba a marchar. Empezó entonces a contarme todos sus
planes de verano, empezando por encontrar al chico ideal y acabando
por hartarse de comer helado. Volvió a hablar, y a hablar, y a
hablar. Yo me quedé con lo primero que dijo, lo del chico ideal.
Quizás era una indirecta, pero podía ser para bien o para mal. No
estaba seguro de como debía interpretar eso, así que le pregunté,
interrumpiendo otra de sus historias, quien era ese Romeo. –Eres
tú, tonto– me respondió. Fue justo cuando llegamos a su bloque de
pisos, estábamos alcanzando el portal y me quedé mudo, no sabía
que decirle salvo lo mucho que la quería. Se quitó mi chaqueta y me
la devolvió agradeciéndomelo de nuevo. Entonces nos miramos, unos
segundos. Se me puso la piel de gallina, y no fue por el frío. Se
acercó a mi y me dio un beso en la mejilla. –Mañana nos vemos –
Me sorprendí, y contesté –Mañana? Qué pasa mañana? –Que me
vas a venir a buscar a las 17;15– Me volví a convertir en una
estatua, abría la puerta cuando dijo me dijo buenas noches y me mandó otro beso con la mano. –Buenas noches Julieta, respondí–
Sonrió, y se desvaneció en la oscuridad de la entrada de su portal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario